En honor a mi madre: Rosemary Price Barnes

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Reflexiones de Pam Barnes, directora financiera de HSNT

Destacado en el informe de impacto bianual HSNT 

Mi madre, Rosemary Barnes, era muchas cosas. Era tierna y práctica, decidida y bondadosa, profundamente bondadosa y discretamente rebelde. No tenía segundo nombre, pero su apellido de soltera era Price, y en cierto modo, esa palabra me ha acompañado toda la vida, especialmente mientras forjaba mi carrera en finanzas.

Mi madre era la menor de una numerosa familia católica del norte del estado de Nueva York. Tenía un hermano gemelo, diez hermanos y anécdotas que solo salían a la luz cuando sus amigos las compartían en su funeral. Historias sobre cómo era el alma de la fiesta, una gran bailarina y cómo uno no quería terminar en su lado malo. Cortaba el césped, competía en bolos, trabajaba en comedores escolares y bancos, y me enseñó, sobre todo, a ser yo misma. Incluso cuando era difícil. Incluso cuando significaba ser diferente. Siempre decía: «Tú eliges ser feliz». Y aunque sé que eso no funciona para todos, a mí me funciona.

Me apoyó en todo, incluso cuando no se lo puse fácil. No tuvo la hija que esperaba, la típica chica de fiesta. En cambio, tuvo una marimacha que usaba overol, montaba en bicicleta y trepaba árboles. Y me dejó ser exactamente eso. Me apoyó cuando salí del clóset. Me apoyó cuando metí la pata. Siempre, siempre estuvo ahí.

Perderla en 2020 fue como perder una parte de mi propia brújula. Todavía tengo ganas de llamarla todos los días. Hay tantas preguntas que no pude hacerle. Tantos momentos que desearía poder compartir.

Cuando pienso en las mujeres de nuestra comunidad, especialmente en las que HSNT atiende, pienso en cuánto habría deseado para ellas. Quiero que sepan lo que mi madre me enseñó: que tu propia felicidad importa. Que vale la pena proteger tu salud. Que estar aquí, ser plena, es lo que te permite cuidar a tus seres queridos.

Intento continuar su legado cada día. A través del trabajo que hago en HSNT. A través de la tenacidad que me inculcó. A través de la convicción de que vale la pena luchar por mí y por las personas a las que servimos.

Mi mamá no necesitaba títulos ni elogios para saber quién era. Daba lo que tenía, era sencilla y amaba sin límites. Y si hay algo que pudiera decirle ahora, sería esto:

Mírame ahora, mamá. Sigo luchando. Tal como me enseñaste.


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